Esa noche la luna quería jugar al escondite, y nosotros estábamos listos para el juego. Primero fue el fuego, la luna ardió por momentos en un color naranja intenso. Nosotros, refugiados en lo que era nuestro hogar esa noche, al borde de un acantilado, con el mar rugiendo de fondo, apurábamos el último sorbo de la cerveza. Después la noche nos invadió, y con ella un manto de estrellas apareció en el cielo. La luna estaba aún escondida tras su disfraz de mandarina. Y de repente, decidió desvestirse. Tímidamente, la luna asomó un ojo, luego un poco más. Iba tan lenta saliendo de su escondite que casi no la vimos llegar. Y con ella, vino la luz.
Y en cuestión de segundos se hizo de día, y no hicieron más falta nuestras luces de bolsillo, pues la luna es vanidosa y sola ella quiere brillar. © This space belongs to Marta Cazorla Soult.
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